domingo, marzo 11, 2012
Como para evangelizar fue esencial la enseñanza de las primeras letras, esta instrucción quedó principalmente en manos de sacerdotes. Las escuelas, además de encargarse de impartir conocimientos para leer, escribir y contar; entregaban lecciones de moral cívica y religiosa.
Especialmente a partir del siglo XVIII hubo un considerable aumento del número de escuelas primarias como efecto tanto de la labor eclesiástica, como del esfuerzo sostenido de las autoridades civiles, inspiradas en el pensamiento ilustrado difundido por los Borbones, amén de la consolidación económica y social de la aristocracia criolla que entonces se interesó por la creación de establecimientos educacionales para sus hijos. En este sentido se destacaron la acción del obispo Manuel Alday -que impulsó la creación de escuelas parroquiales- y la del gobernador Ambrosio O'Higgins, quien se propuso la instalación de escuelas en cada pueblo del territorio. La educación secundaria estaba en manos de órdenes religiosas. Se impartía la enseñanza de la gramática o humanidades y estudios de teología y moral. Al respecto, las escuelas de jesuitas y dominicos adquirieron gran prestigio. Por su parte, Manuel de Salas tuvo la iniciativa de inaugurar y dirigir la Academia de San Luis en 1798, destinada a proporcionar conocimientos prácticos, relativos a comercio y a la industria.
A mediados del mismo siglo, en 1758, las autoridades impulsaron la fundación de un establecimiento de enseñanza superior: la Universidad de San Felipe, en la que se impartían siete cátedras. Hasta ese momento, los criollos chilenos debían proseguir estudios universitarios solo en la Universidad de San Marcos de Lima.
La cultura de la sociedad colonial también se expresó a través de la música, la escultura, la pintura, la arquitectura, la artesanía y otras manifestaciones artísticas, como la imaginería religiosa, que surgió al fundarse ciudades y levantarse iglesias. Con las constantes epidemias y catástrofes naturales que afectaban a la población, los notables de la ciudad buscaban su salvación en el fervor religioso. Por esta razón encargaban a los artesanos la construcción de figuras religiosas, en las que se dejó sentir la influencia de los maestros de Quito y Cuzco, que tenían reconocidos talleres de artes plásticas.
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